Hay situaciones. Estar acompañado. Estar solo. Dormir en un cuarto, dormir en carpa. Levantarse con un despertador o con pájaros increiblemente extasiados frente a cada amanecer. Adaptarse es un atributo que compartimos con otros animales, pero a diferencia de ellos, nosotros lo ponemos en práctica mil veces más. Sí, hay osos que desayunan con mamadera, pero sólo cuando son chiquitos, y lo de las vacas de ganado es un caso aparte. En el ser humano no todo es instinto, muchas veces media la razón, la conciencia y la propia voluntad. La idea de supervivencia se vuelve elástica, inmensurable.
Ir de camping, es un excelente ejemplo. Reducir el espacio habitacional a un metro cuadrado. Dormir incómodo, caminar cincuenta metros hasta el baño, hacer fuego con papeles y leña. Usar ropa sucia. Restringir el consumo de medios, electricidad y alimentos refrigerados. Tanto avance, tanta civilización para que un grupo de personas elija una vida similar a la cavernícola. (Juan me ha dado de mazazos en la cabeza.)
La primera noche, por más exagerado que suene, padecí intensamente el frío. Maldije una y otra vez someterme a eso. Estaba acostada sobre una revista deshojada, con toda la ropa que tenía, encimada, tiritando, sin mucho que hacer. Al cuarto día, tipo 8.30, salí del horno que un sol a fuego medio alimentaba, un poco dorada, me desperecé y dije "Oh, sí, esto es vida y no otra cosa". A mis espaldas Juan comenzaba a sacar las estacas y desarmar la carpa. Redapatción urgente.
Fuimos de camping al Mar. Al de siempre. Hubo sol, hubo cenizas, tormenta, viento, un poco de resolana.
El mar estuvo bravío, espectacular, insomne.
El mar es Dios. Está ahí, desde siempre, alrededor del mundo, respirando. Nos expía, nos perdona, nos conmueve. Jugar con Dios es sano. Contemplarlo y escucharlo también. Las olas como bofetadas divinas nos han dado santos revolcones. La extrema belleza, la sencillez y armonía. Dios debería ser así.
Por la noche lo buscamos, en el camino una lechucita patotera nos hizo cruzar de vereda. Cuando le contase a sus amigas, seguramente más altas, no le creerían.
"Les juro, eran dos de esos seres, me sextuplicaban en tamaño. Estuvieron mirandome un rato. Comentando cosas, me alejé y los esperé atrás de un farol, cuando asomaron, les grité "QUIHGIGH". Se tomaron fuertes de la mano y cruzaron del otro lado. Debieron estar ahí, ver sus caras"
El mar de noche. Avanzamos por la arena humeda que dejó la tormenta. Las olas nacían y crecían en la oscuridad. La explosión las hacía visible. La espuma rabiosa estallaba en hilera como un reguero de pólvora sobre un desierto de talco. Su ritmo fue sintonizando nuestra respiración, los latidos, los pensamientos. Una suerte de unidad, una unidad afortunada.
De regreso. Encontramos estrellas en los charcos que la lluvía dejó al costado de la ruta. Fue detenerse y mirar fijo hasta que empezaran a aparecer. Antes, estuvo la lechucita, pero todos fingimos indiferencia.

Cosas más o menos vinculadas
Más que un camping.
http://www.gaia.org.ar/ecovilla/index.html
Sorpresa: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=KX2BQM0D01M
Sobre el Faro.


