miércoles, 28 de marzo de 2012

De mis días en el bar

A mis amigos de Otra Pasta 

Este no es un relato sobre una etapa de perdición en la que asistía con frecuencia a un bar de mala muerte. Será la próxima. Es una evocación de mis jornadas trabajando en un café-comedor, un salón bastante grande que recibía al mediodía varios turnos de comensales que se renovaban constantemente como si fuera un sistema de silla caliente


Había grupos, parejas e individuos que eran habitúes, y había entretenimientos efímeros, solitarios o compartidos. De la conjunción surgía uno de mis juegos favoritos: adivinar o inferir el oficio, trabajo u profesión de los clientes frecuentes. 

Su ubicación en pleno microcentro, rodeado de  zonas comerciales definidas por cuadras, de empresas grandes y pequeñas en los edificios lindantes, condimentaba el desafío. Si la vestimenta era muy informal, podían ser los vendedores de instrumentos musicales de Talcahuano, los de aparatos electrónicos de Paraná o los de acrílicos por Uruguay. Si había cierto reparo, del tipo mocasines en lugar de zapatillas podrían ser trabajadores de telefónica, de la consultora de prensa o profesores del centro de estudios. Traje: abogados, cargos jerárquicos. Con las mujeres siempre era más difícil.

A veces sucedía que uno se rendía con alguien y por casualidad lo encontraba en su lugar de trabajo. Volvía al día siguiente con una sonrisa triunfal y una frase del tipo, ¿no saben a dónde  vi a la señora del pollo? ( Si están leyendo mis ex compañeros, sabrán de quien hablo) 

El particular grupo de los rematadores inició todo. Eran muchos, más de diez pero no acercaban las mesas para sentarse juntos. Se diseminaban por todo el salón y  sus conversaciones a la distancia formaban una suerte de tendedero irregular a través de los cuales, agachándonos un poco, debíamos pasar equilibrando bandejas. Los relojeros de la calle libertad eran grandes física y etariamente. Alegres, saco y jean. Los chicos de Radio Cooperativa fueron descubiertos por casualidad en Internet. El asistente de joyería silencioso pero amable. 

Habré olvidado más de un pedido tratando de descifrar entre sus comportamientos, actitudes o léxicos, qué hacía cada uno de ellos antes de entrar y al salir del bar. Algunos por descuido se delataron con gestos inequívocos, otros mantenían el misterio hasta lo último. 

Entre todos ellos, hubo un grupo revelación para mí. Señores con traje y corbata, no iban nunca a un horario fijo. A veces sólo café, a veces almuerzo. Gomina algunos, mayores otros. Uno o seis. Humores variopintos. No derrochaban pero tampoco regateaban. Aparente flexibilidad de horario pero, un llamado y salían a las corridas.

Y sus autos, todos últimos modelos, sin ningún rayón, deliciosos. Al final Dari me explicó porque no iba a adivinar. Hasta ese entonces mi noción de remisero estaba constituida según el estereotipo de Corrientes, que se asemeja a la del tachero porteño. Sencillo e informal digamos. Tampoco sabía que en este rubro  hubiera también distinción de clases, más allá del filtro de la bajada de bandera. Pensaba que los ricos y famosos tenían choferes propios o autos. Pero no. "Remiseros Vip, viajes para ejecutivos",  me dijo. 

Hoy todo esto volvió de golpe a mi cabeza, he conocido a uno de sus clientes. De paso pude revivir el juego, y el centenar de personajes que poblaron esa bonita etapa de mi vida.

1 comentario:

  1. vió como todo se conecta...
    después de tantos años esta revelación ha sido más jugosa y fructifera que si se develaba más cerca de aquellos tiempos...

    Para acotar sobre los remiseros Vip, la pinta y el valor de sus coches los hace menos simpáticos e irreverentes. Parece que siempre guardan demasiados secretos.

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