miércoles, 20 de julio de 2011

Intensidades


Cuando por varios días me mal predispone un dolor de cabeza, pienso en Perry. No recordaba su apellido, Smith, claro. Revivo una imagen muy nítida en una cafetería, esas típicas norteamericanas con las sillas fijas,  largas, acolchonadas, unidas por el respaldo Perry se tomaba tres aspirinas s juntas para calmar el dolor.

Iba a escribir sobre balcones en planta baja. Esas barandas de un metro que ponen en las esquinas de cruces peligroso, para evitar que la gente en su apresurado andar pretenda zafarle a la senda peatonal. A veces exageran y las hacen  llegar hasta casi mitad de cuadra. Yo entiendo que es una medida cariñosa y paternalista, también entiendo el contratiempo y posibles traumas  físicos y tramites legales que implica ser atropellado, pero tanto recelo me incomoda, y obviamente me obstaculiza.

Nunca me cayeron bien esas barandas, incluso aunque algunas cuenten con unas esferas decorativas cada diez rejas. Pero antes de ayer, domingo, pasé gran parte del día encerrada en la Biblioteca del Congreso. No es que haya habido una de estas barandas cercando la salida pero necesita estudiar y hay algo en el aire de la biblioteca que produce concentración absoluta. Ustedes dirán, es el silencio y la ausencia de la gata dando vueltas por ahí, pero creo que es algo más... químico. Tengo la impresión de que muelen un montón de esas pastillas que recetan a los niños con síndromes de atención y las mezclan con el desodorante de ambiente.

El punto es que después de estar casi nueve horas sentadita estudiando salí un poco fatigada. Necesitaba un momento de distracción, de readaptación. Pasé por unas de estas esquinas enrejadas y por primera vez no sentí esa sutil molestia. Me acerqué, me acodé sobre una de ellas y me entregué a una  contemplación silenciosa y dispersa. Con el viento se logra la ilusión de altura, pero la  perspectiva es diferente, en lugar de mirar hacia abajo, uno puede mirar de frente y ver el tráfico avanzar, detenerse y renovarse;  cambiar de color,  de modelo y velocidad, o puede mirar hacía arriba y encontrar pistas de lo que original o antiguamente fueron algunos locales.

Claro que también se puede contar ventanas encendidas. El espectáculo sería mejor si no estuvieran tan instauradas las luces amarillas y blancas. Si la gente aprendiera a vivir bajo otros colores. Azul, rojo, violeta. Todo es adaptación.

No quiero que se considere un homenaje o una falta de respeto recuperar a este inconspicuo personaje, pero hay algo en este punteo estéril que vibra, que sin pretenderlo revela algo de la naturaleza humana, de las privaciones, de las consecuencias. No significa que detrás de cada delincuente haya una historia tan oscura, pero sí muchas sombras. 

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